¿QUÉ ES LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA?
¿QUÉ ES
LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA?
Por George BLAQUIÉRE.
(Extraído de Nuevo
Pentecostés, n.86)
La Renovación Carismática apareció inesperadamente en la
Iglesia y ya no se puede, al cabo de los años, negar su dinamismo espiritual
que le anima, las iniciativas que en ella nacen, su adhesión sincera a la
Iglesia. Pero con frecuencia se desconcierta ante una variedad tan grande de
carismas que resulta difícil comprender el fondo de tantas y tan diversas
realidades. Se plantea, sobre todo fuera de esta corriente espiritual, una
pregunta:
"¿Qué es exactamente la Renovación Carismática?"
El corazón de la Renovación Carismática, y su parte más
visible, es la asamblea de oración, en la que cada uno pone en común una
oración espontánea Es normal que se viva en los grupos de oración una
liberación de la espontaneidad, un amor fraternal caluroso, que uno se maraville
del paso de Dios, que salga de allí con fuerzas renovadas para vivir la propia
vida cotidiana con todos sus compromisos; es normal que cristianos que han
descubierto a la vez, al Cristo viviente y a la Iglesia, tengan deseos de
gritar y compartir esta experiencia con todos.
Pero esto es la consecuencia, no el fin, de la
Renovación Carismática. Las conversiones; las sanaciones de corazón, y a veces
de cuerpo; las reconciliaciones; el gusto renovado por la oración y la Palabra
de Dios; una práctica sacramental más verdadera, al volverse a encontrar de un
modo nuevo con Dios y con la comunidad eclesial; el despertar de vocaciones; la
acogida de los pobres y de los marginados de toda clase; la audacia en la
evangelización: estos son los frutos que se dan normalmente al caminar en la
Renovación, si se la vive auténticamente, incluso en un grupo de oración muy
pequeño y muy pobre.
UNA EXPERIENCIA
No tomemos los frutos por el árbol. La Renovación
Carismática no es un movimiento, se dice con justa razón, sino una corriente
espiritual. Yo añadiría: una corriente suscitada por el Espíritu Santo, para
hacer presente hoy la experiencia de Pentecostés.
Porque Pentecostés no es un mensaje, sino una
experiencia hecha por los discípulos de Jesús, alrededor de unas 120 personas.
Hch 1, 15: los apóstoles, las mujeres que le seguían entre las que se encuentra
María, la familia de Jesús, los que le han acompañado desde el bautismo de
Juan... Comunidad nada idílica, con sus tensiones, sus luchas de influencia,
sus rivalidades, pero todos tienen esto en común: Jesús se les ha manifestado y
ellos han experimentado que está vivo, ellos han "comido y bebido con él después de la Resurrección de entre los muertos"
(Hch 10,40). Esta experiencia les reunió aquella mañana.
LA INICIATIVA DE DIOS
Pentecostés es ante todo la experiencia de la iniciativa
de Dios: ellos se han reunido todos allí, en la habitación alta, por orden de
Jesús: "Les mandó que no se
ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre"
(Hch 1,4). No son los Apóstoles los que han decidido reunirse en sesión de
pastoral para hacer la Iglesia y organizar la evangelización del mundo; la
Iglesia de Pentecostés es una asociación piadosa nacida por voluntad del
hombre. La iniciativa de convocatoria viene de Dios. Él es el que hace la
Iglesia. Nosotros la recibimos como don de su misericordia.
Así, la Renovación y especialmente el grupo de oración,
será esta zona franca, abierta a todos los que Dios atrae y quiere reunir, de
toda edad y condición, que tienen en común una sola cosa: haber encontrado al
Dios vivo y alegrarse en Él. Aquí descubrimos que Él nos ha amado primero. Él
nos ha escogido, y no a la inversa.
Jesús ha ordenado a la comunidad de Pentecostés esperar
la Promesa del Padre, el bautismo en el Espíritu Santo, que hará de ellos
hombres nuevos y testigos hasta los confines de la tierra. Allí están reunidos
en una oración unánime y perseverante, "esperando". Estamos en el
corazón de un cambio en la relación con Dios: reunirnos no para hacer algo para
Dios o para mis hermanos, sino para acoger lo que Dios quiere para mí, esperar
con el corazón en vela y con esperanza; esperar juntos, en una oración común
que es el grito del corazón de la Iglesia.
Esta es la experiencia fundamental de la Renovación
Carismática: aceptar que Dios tome la iniciativa, aprender, ante todo, a
recibir el don de Dios, a escuchar lo que Dios tiene que decirnos, a velar, a
esperar, a permanecer en la noche y en la fe.
La Renovación Carismática debe ser ante todo un espacio
de libertad para Dios, un espacio de espontaneidad, donde Él puede comportarse
como Dios, manifestarse como Dios. Es "dejar a Dios ser Dios".
Muy frecuentemente encerramos a Dios en la mezquindad de
nuestros propios intereses, de nuestros ritos, nuestros métodos, e incluso a
veces de nuestra oración. Tengo a veces la impresión de que Dios ha suscitado
la Renovación para actuar a su aire. Entonces, lo mío es acoger sus
imprevisibles iniciativas; descubrir la profundidad de su designio de amor
sobre el mundo, sobre la Iglesia, y sobre mi propia vida, más allá de lo que yo
me había atrevido a pedir o esperar.
LA EFUSIÓN DEL ESPÍRITU
Pentecostés es la experiencia de la efusión del Espíritu
Santo, viento y fuego violento, que ''llenó la casa" y después se dividió
en lenguas, posándose sobre cada uno personalmente. "Todos entonces quedaron llenos del Espíritu Santo" (Hch
2,1-4).
No son individuos que, separadamente, van a recibir el
Espíritu Santo y se reagrupan después para hacer la Iglesia. Desde el bautismo
de Jesús, el Espíritu reposa sobre el cuerpo de Cristo (Mt 3,16), y a partir de
la efusión del Espíritu sobre el Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia. Y cada
uno recibe así su plenitud.
Este Espíritu Santo es a la vez "infusión" y
"efusión", es decir plenitud interior, fuente que salta en el
corazón, y fuerza de lo alto que reviste a los discípulos, —como con una capa—,
del poder y del amor del mismo Cristo
"Os habéis revestido de
Cristo" (Gal 3,27). Es la experiencia de esta fuente viva, abierta en
nosotros en el bautismo y en la confirmación, pero con frecuencia atrofiada; es
la toma de conciencia renovada, —más que nuevo bautismo—, del don de Dios, que
se entregó por mí porque me amó.. Percibir, en el gozo y la paz que Dios está
vivo, que me ama, que quiere ser mi vida y mi gozo, que me da hermanos y hermanas, porque la dimensión
comunitaria es parte integrante de Pentecostés. Y al mismo tiempo, es audacia
gozosa que abre la boca, poder de Dios para salvar. Fuerza, hasta el martirio,
concedido si es preciso, para pronunciar el único nombre por
el que nos podemos salvar.
La Renovación Carismática es un lugar de Iglesia donde
voy para poder hacer esta experiencia: La efusión del Espíritu que es corazón.
No se trata de una experiencia epidérmica de mi sensibilidad, sino de la
liberación de mi ser espiritual, de mi ser de hijo de Dios a imagen de Cristo.
Allí descubro mi nombre secreto, mi nombre de bautismo, el de mi eternidad. Allí descubro también las
exigencias de la "fraternidad" en la fe que va más allá de un compañerismo.
LA REALIDAD DE
LA IGLESIA
La experiencia de Pentecostés es también la experiencia de la Iglesia, pueblo de
alabanza. Desde que son investidos por el Espíritu Santo, los discípulos cantan
en lenguas y cada uno los oye "publicar, en su lengua, las maravillas de
Dios". La alabanza de la Iglesia
reunida precede al anuncio del kerygma porque la alabanza es la función
fundamental y eterna de la Iglesia. La evangelización no es más que para este
tiempo y este mundo. La alabanza es de siempre y para siempre. Nosotros somos
este pueblo nacido de la misericordia,
salvado por la cruz de Cristo, que se deja "traspasar el
corazón" por su Señor y entra en un camino de conversión y de
arrepentimiento. A través de este arrepentimiento, renace entre olas de gracia,
y se levanta para cantar el canto de los
salvados: "volverán gritando de gozo los rescatados del Señor".. La alabanza no es un adorno
de la Iglesia, sino su dinamismo fundamental.
Quizá nos hablen, al escuchar este lenguaje, de “desenganche”. Se nos dirá que es más
urgente ayudar al hombre a liberarse de las estructuras opresoras que reunir
cristianos en las iglesias para cantar la gloria de Dios.
Esto no es verdad. No hay que oponer lo uno a lo otro.
Releamos el libro II de las Crónicas en el capítulo 20, vemos que los combates más duros son de Dios,
no nuestros. Por eso delante del ejército marchan los sacerdotes con vestiduras
litúrgicas cantando la alabanza del Señor.
CUERPO DE CRISTO
La Iglesia es una realidad organizada, no una
organización y Pentecostés es el
momento en el que los discípulos reunidos se convierten en el
"cuerpo" viviente del Señor. Desde el primer momento le son dados todos los carismas para la
evangelización, es decir, para el crecimiento del cuerpo (Hch 4, 20-30). Los
signos del Reino brillan al paso de los apóstoles, en particular, las
curaciones, para que todos sepan que Jesús es Salvador, que está obrando en el
mundo hasta el fin de los tiempos.
Jesús actúa hoy y la Renovación Carismática es uno
de los lugares donde se experimentan los
dones de Pentecostés, siempre renovados para que la Iglesia se convierta en un
cuerpo "salvador", al servicio de la
evangelización del mundo. No es extraño que Dios "renueve en ella
sus maravillas" —como pidió Juan XXIII— a medida de la miseria del tiempo
presente; y que estas maravillas no sean siempre reconocidas y aceptadas como
puede ocurrir con la Renovación.
Pero hay que atreverse a hablar de Jesús, y no usar otra
cosa —ni sabiduría, ni técnica, ni ideología, ni teología, ni otro lenguaje— que el de Jesús
Crucificado, escándalo y locura para el mundo, pero lenguaje de poder y de
misericordia. ¿Con qué derecho podemos privar nosotros a esta generación, del
anuncio del Dios vivo?
Si la Renovación Carismática no es evangelizadora con el
poder y la "locura" del Espíritu Santo, traiciona lo esencial de aquello para lo que Dios la ha
suscitado. Porque los carismas no se pueden ejercer en ella, más que dependiendo de la fe y de la comunión
fraterna. Los "milagros" no son más que las "maravillas" de
la fe la "epifanía" de la fe. La experiencia de Pentecostés no está superada hoy. A nosotros nos corresponde permitir que ella se manifieste.
Por eso Pablo VI, pedía para la Iglesia
un pentecostés "permanente".
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