EL CORAZÓN MATERNAL DE DIOS

EL CORAZÓN MATERNAL DE DIOS

¿Cómo nos mira Dios? Como una  madre mira a su bebé, y con un  amor infinitamente mayor. "¿Acaso olvida una madre a su niño de pecho?" (Is 49,15s). Los modernos nos comunicamos a nivel de ideas; procurarnos usar expresiones  gramaticalmente correctas. Los antiguos de modo más profundo, a nivel de intuición y sentimientos. Por eso usan la imagen, no el diccionario. Una palabra bíblica por amor es hen del verbo hanan. Indica la actitud de una madre que contempla extasiada a su bebé; y se inclina con todo cariño para ayudar, besar, acariciar a su criaturita.

Y la recepción de esa mirada bíblicamente se expresa como encontrar gracia. El ángel dijo a María, "Has encontrado gracia ante Dios" (Lc 1,30), es como decir: ¡Con cuánto amor te está mirando Dios y se  entrega a ti! ¿Sabes cómo te mira Dios a todas horas? Con  el mismo gozo con que se contempla a sí mismo en su infinita belleza: en ti ve reflejada su propia imagen. Dios te mira con el mismo amor con que contempla a su bendita Madre. A todos nos mira con el mismo amor y  complacencia con que mira a su Hijo Jesús, pues nos ve "revestidos de Cristo Jesús"  (Ga 3,26s). Vivimos envueltos en la mirada de Dios, arropados en su amor. Si estamos conscientes, podemos  experimentar sus caricias, y lanzar el reto: “¿Quién nos separará del amor de Dios?” (Rm 8,31ss).

Los místicos son quienes mejor conocen a Dios, pues le conocen no de oídas, sino por experiencia.
    San Juan de la Cruz escribe: "Después que el alma determinadamente se convierte a servir a Dios, ordinariamente la va Dios criando en espíritu y regalando al modo que la amorosa madre hace al niño tierno, al cual al calor de sus pechos le calienta y con leche sabrosa y manjar blando y dulce lo cría, y en sus brazos le trae y regala... La amorosa madre de la gracia de  Dios esto mismo hace con el alma: la hace hallar dulce y sabrosa leche espiritual sin ningún trabajo suyo en las cosas  de Dios y en los ejercicios  espirituales gran gusto, porque le da Dios aquí su pecho de amor, tierno, como a niño tierno"(1 Noche 1,2).     

"A  estos principiantes, aunque las cosas santas de suyo humillan, les nace muchas veces  cierto ramo de soberbia oculta, con cierta satisfacción de sus obras y de sí mismos; y condenan en  su corazón a otros cuando no los ven con la manera de devoción que ellos querrían." (Ibid 2,1).
La amorosa madre de la gracia a su tiempo lo remedia todo, haciéndoles pasar por desiertos y noches de purificación. A quienes permanecen fieles en las pruebas, por medio de la contemplación Dios los purifica y los lleva a la unión transformante, donde el alma canta:
Allí me dio su pecho,
 allí me enseñó ciencia muy sabrosa,
y yo le di de hecho a mí sin dejar cosa;
 allí le prometí de ser su esposa.

"Comunicase Dios en esta interior unión al alma con tantas veras de amor, que no hay afición de madre  que con tanta ternura acaricie a su hijo, ni amor de hermano, ni amistad de amigo  que se le compare. Porque aún llega a tanto la ternura y verdad de amor con que el inmenso Padre regala y engrandece a  esta  humilde y amorosa alma, ¡Oh cosa maravillosa y digna de todo pavor y admiración!, que se sujeta a  ella verdaderamente para la engrandecer, como si él fuese su siervo y ella fuese su señor. Y está tan  solicito en la regalar como si él fuese su esclavo y ella fuese su Dios....Dios aquí está empleado en regalar  y acariciar como la madre en servir y regalar a su niño, criándole a sus mismos pechos. En lo cual conoce el alma la  verdad del dicho de Isaías, que dice: A los pechos de Dios seréis llevados y sobre sus rodillas seréis  regalados (66,12)" (Cántico 27, 1).

Santa. Teresa de Ávila hablando del alma orante observa: "Está el alma como un niño que aún mama cuando está a los pechos de su madre, y ella, sin que él paladee, échale la leche en la boca por regalarle. Así es acá, que sin trabajo del entendimiento  está amando la voluntad, y quiere el Señor que, sin pensarlo, entienda  que está con él" (Camino 31,9).

Santa Teresita tenía 3 añitos, cuando su  mamá escribía: "Teresita  me preguntaba si ella iría al cielo. Le dije que sí, con tal que fuese muy buena. Me contestó: "Sí pero si no fuese buenecita iría al infierno. Pero sé muy bien lo que haría entonces: volaría a tu lado, al cielo; tú me agarrarías muy fuerte entre tus brazos. ¿Y cómo se las arreglaría Dios para cogerme?" Leí en sus ojos que estaba totalmente convencida de  ello"(A 5v).

A Teresita le tocó vivir en un clima legalista y jansenista que proyectaba la imagen de un Dios lejano, exigente, castigador... Iluminada por el  Espíritu Santo, Teresita adulta descubre a un Dios que es todo Padre con corazón de Madre. Ella se ve pobre, pequeña, imperfecta. Pero sabe que su Padre es infinitamente bueno y poderoso; y se siente muy fuertemente agarrada entre los brazos del  Padre, ¿cómo va a tener límites su confianza? Cuando muchos iban al convento por acumular méritos o por; conquistar la santidad "punta de espada". Ella con su corazón de niño le dice a Dios: "En la  tarde de la vida compareceré ante vos con las manos  vacías. Dios mío, que seas tú mismo mi santidad".

¿Qué cómo nos agarra Dios tan fuerte entre sus brazos?
Por la virtudes teologales. Virtud significa fuerza; teologal significa divina. Las virtudes teologales son los brazos de Dios tendidos al hombre peregrino en la tierra. Por la fe Dios se llega a nosotros y nos agarra fuerte; por la esperanza nos hace volar hacia él; en amor nos introduce en su corazón y, al fin, nos fusiona con él.

Es verdad, por la fe yo me agarro a Dios, y eso es maravilloso. Pero más maravilloso es saber que es Dios quien me agarra a mí. Y si soy humilde nada ni nadie me podrá arrebatar de sus manos Jn 10,28ss Bien puedo lanzar el reto: "¿Quién podrá separarme del amor de Cristo? Ninguna criatura ni de las alturas ni de las profundidades podrá separarme del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús" (Rm 8,35-39)

"Humilde es el que se esconde en su propia nada, y sabe dejarse a Dios" (San Juan de la Cruz). Sólo cuando se ha bajado el fondo de la nada se reconoce de veras que todo es gracia; y la gracia lo puede todo. Gracia significa que los brazos de Dios nos elevan mucho más rápido y más alto a la santidad a la que estamos predestinados, con tal que no pataleemos y nos dejemos a Dios.

La consciencia de que el Dios todopoderoso es nuestro Padre y Madre produce en nuestro interior una confianza sin límites. Esta confianza nace cuando la fe viva se fusiona con la esperanza perfecta. "Bendito el hombre que confía en el Señor, y en Él pone su esperanza. Es como un árbol plantado junto al agua, que alarga hacia la corriente sus raíces; nada teme cuando llega el calor; sigue verde y no deja de producir frutos"(Jer 17,7s).

Por la confianza el creyente adentra sus raíces en Dios, vive de Dios, crece en Dios y goza de los frutos de Dios, la santidad auténtica: "Dios nuestro Padre nos ha amado y por su gracia nos ha dado un consuelo eterno y una hermosa esperanza" (2Ts 2,16). "Y esta esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha dado" (Rm 5,5).

Cuando uno tiene sus raíces muy dentro del corazón de Dios, su confianza no tiene otros límites que los de la bondad y el poder de Dios. Entonces las pruebas y tormentas de la vida sólo sirven para afianzar más su confianza. Ante sus debilidades y caídas no se sorprende, ni se asusta, ni se irrita consigo mismo. Se humilla y vuelve instintivamente hacia el Padre-Madre; lleno de confianza y amor se pone en sus manos, y sigue en paz y feliz. Entonces el Espíritu Santo utiliza nuestros fallos, defectos y caídas como materiales para labrar la santidad. Como esos materiales abundan y el poder de Dios es infinito queda garantizada la santidad. Este es el camino evangélico de infancia espiritual que tan bien lo vivió Santa Teresita. Nuestra santita se ve como un granito de arena perdido en el suelo.
Es como se ven tantos cristianos... "Cuantas veces me he comparado con los santos, he comprobado que entre ellos y yo existe la misma diferencia que entre una montaña cuya cima se pierde en los cielos y un oscuro grano de arena que a su paso pisan los caminantes. Pero en vez de desanimarme me he dicho a mí misma: Dios no puede inspirar deseos irrealizables; por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Acrecerme es imposible; he de soportarme tal como soy con todas mis imperfecciones. Pero quiero hallar el modo de ir al cielo por un caminito muy recto, muy corto; un caminito del todo nuevo" (C 2v).

Ese caminito recto, del todo nuevo lo inauguró Jesús de Nazaret hace 2000 años. De todos los que han pasado por este mundo nadie se ha sentido tan pequeño, tan niño ante Dios como Jesús, porque nadie conocía la grandeza de Dios como él. Con Jesús vino a nosotros el reino de Dios. Y ahora nos dice: "Os aseguro el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Mc 10,15). El reino no se conquista. Lo que hay que conquistar es el corazón de Dios, como el niño conquista el corazón de sus padres, por la confianza.

A su hermana Leonia le escribe: "Te aseguro que Dios es mucho mejor de lo que tú crees. Se contenta con una mirada, con un suspiro de amor... En cuanto a mí, la perfección me parece muy fácil de practicar, porque he comprendido que no hay que hacer más que ganar a Jesús por el corazón. Mira a un niñito que acaba de enojar a su madre: si se esconde en un rincón con aire enfurruñado y grita por miedo a ser castigado, su mamá no le perdonará su falta; pero si va a tenderle sus bracitos, sonriendo y diciendo: bésame, no lo volveré a hacer, ¿no le estrechará su madre enseguida contra su corazón con ternura, olvidando todo lo que ha hecho? Sin embargo, ella sabe que volverá a las andadas en la primera ocasión, pero no importa... Puesto que hago todo lo que puedo por ser un niño pequeñito, ya ningún otro preparativo tengo que hacer. ¡Le toca a Jesús pagar todos los gastos del viaje y el precio de la entrada!" (Cta 191).

Jesús los pagó ya por Teresita, por ti, por mí y por todos. Y los pagó con creces 2Co 5,14s.21.

Por la fe nos adherimos a Jesús y nos apropiamos sus méritos infinitos.

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