HISTORIA DE LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA CATÓLICA
Por P. Diego JARAMILLO, C.I.M.
(Extraído de Nuevo Pentecostés, n.86)
¿Qué es la Renovación Carismática?
Jesús, ante "ciertas" preguntas, solía
contestar: "Ven y verás". Si contestasen los testigos "que han
oído y visto" lo que es la Renovación Carismática, hablarían de VIDA; se
referirían a Jesús como ALGUIEN muy amado; dirían que han encontrado el lugar
elegido por el Señor para ellos en su Cuerpo, pronunciarían la palabra hermano
de una forma especial y, cuando explicasen lo que es la Iglesia... dirían que
es una gran comunidad con muchas comunidades, y que en una de estas, a ellos se
les ha revelado el Señor y que por ello se sienten libres para alabarle y
PROCLAMAR ante el mundo lo que sus ojos han visto y sus manos han visto y sus
manos han tocado del Verbo de la Vida.
La voz de la Iglesia
Al finalizar el siglo XIX una religiosa italiana se
propuso una labor: sensibilizar a la Iglesia ante la acción vivificante del
Espíritu Santo. Elena Guerra, éste era su nombre, había nacido en Lucca en
1835; ingresó a la comunidad de las religiosas pasionistas, en donde fue
"maestra de novicias" de Santa Gema Galgani; murió en 1914 y fue beatificada
por Juan XXIII en 1959.
En 1895 Elena Guerra escribió varias cartas al Papa León
XIII, de las que extractamos estas frases:
"Padre Santo,
apresuraos a llamar al cenáculo a los fieles... NO queda sino abrir el
cenáculo, llamar a él a los fieles, multiplicar las oraciones, y el Espíritu
Santo vendrá... Vendrá y convertirá a los pecadores, santificará a los fieles y
la faz de la tierra será renovada... Entremos todos al cenáculo... volvamos al
Espíritu Santo, a fin de que el Espíritu Santo vuelva a nosotros... Una vez
Jesús manifestó a los hombres su corazón; ahora quiere manifestar su Espíritu".
En otra carta fechada el 17 de abril de 1895, la hermana
Elena le escribía así al Papa:
"Se
recomiendan todas las devociones, pero la devoción que según el Espíritu de la
Iglesia debería ser la primera, se calla. Se hacen muchas novenas, más la
novena que por orden del mismo salvador hicieron también María Santísima y los
Apóstoles, está ahora casi olvidada. Alaban los predicadores a todos los
Santos, pero una predicación en honor del Espíritu santo, que es el que forma a
los santos, ¿cuando se escucha?”.
El Papa León XIII no fue sordo a las misiva de la
monjita de Lucca: el 5 de junio de 1895, por el breve pontificio “Provida
Matris Charitate”, hacía obligatoria en la Iglesia Universal una novena de
plegarias para la preparación a la fiesta de Pentecostés.
Dos años más tarde, el 9 de mayo de 1897, publicó el
Papa la encíclica “Divinum Illud munus”. Las encíclicas se designan por las
primeras palabras con que empieza el texto latino. En esa carta hablaba León
XIII de “Aquel Divino Regalo” que Dios concedió a la iglesia y compendiaba la
enseñanza tecnológica acerca del Espíritu Santo.
Allí se lee:
"Que la Iglesia es una obra enteramente divina. Con ningún otro
argumento se confirma más claramente que con el esplendor y gloria de los
carismas de que por todas partes está adornada, siendo el dador y autor del
Espíritu santo". Cinco años después, el 18 de abril de 1902, volvía el Papa a recordar la
importancia de sus anteriores intervenciones, mediante la carta "Ad
fovendum in christiano populo".
Por esos mismos años, fuera del ámbito de la
Católica, empezaba el pentecostalismo en Norteamérica.
El Papa Pío XII
El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Hablar de Él
no es novedad, pero puede parecer novedoso. En los siglos XIX y XX grandes
teólogos reflexionaron acerca de la actividad del Paráclito, como el alemán
Juan Adán Moehler, que en 1825 estudió la "Unidad de la Iglesia",
comunidad de vida originada en el Espíritu Santo. También en Alemania, Matías
Scheeben (1835-1888) estudió el actuar personal del Espíritu de Dios en cada
cristiano; en Francia el padre Clérissac
afirmó, en 1918, la existencia de los carismas, y, a partir de 1940 Rahner y
Congar afirmaron que los carismas son factores esenciales y normales en la vida
de la comunidad eclesial. Estas reflexiones marcaron un rumbo en la teología,
que tras haberse centrado en el misterio de Dios Padre había pasado a una
visión cristocéntrica, y llegaba a complementarse con una interpretación del
actuar del Espíritu Santo.
El influjo del pensamiento teológico acerca del Espíritu
de Dios y de sus carismas se sintió luego en las declaraciones del magisterio.
Las encíclicas de Pío XII sobre el Cuerpo Místico de Cristo y sobre la liturgia
(Mystici Corporis y Mediator Dei) y la doctrina del Vaticano II lo evidencian.
En todos esos documentos se subraya la necesidad que la Iglesia tiene de la luz
divina.
Así lo decía Pío XXII
"Deseamos y oramos para que, como en otro tiempo
sobre la Iglesia Naciente, también hoy descienda copiosamente el Espíritu santo
por la intercesión de María, Reina de los Apóstoles y de todo el
apostolado".
En la carta acerca del Cuerpo Místico de Cristo, el Papa
Pío XII enseña que la Iglesia de Jesús abunda en carismas permanentemente. De
esa encíclica son los siguientes apartes: "Los carismáticos, dotados de
dones prodigiosos, nunca han de faltar en la Iglesia".
Citando a San Agustín y aludiendo a la abundantísima
comunicación del Espíritu con que se enriquece la Iglesia, dice el Papa:
"Rasgado el velo del templo, sucedió que el rocío
de los carismas del Paráclito, que hasta entonces solamente había descendido sobre
el vellón de Gedeón, es decir, sobre el pueblo de Israel, regó abundantemente,
secado y desechado ya ese vellón, toda la tierra, es decir, la Iglesia católica
que no había de conocer confines algunos de estirpe o territorio”.
Y más adelante afirma que: "Todas las virtudes,
todos los dones, todos los carismas que adornan a la sociedad cristiana,
resplandecen perfectísimamente en su cabeza, Cristo".
Aparece también en los escritos del Papa Pío II un
sentido diferente de la palabra carisma o carismático: se designa así a una
pretendida forma de Iglesia espiritual o "pneumática", en oposición o
al menos en lejanía con la Iglesia Jerárquica. Esta acepción de la voz
"carismático" no ayudaría más tarde a la difusión de la Renovación
espiritual, que para algunos aparecería como rebelde o al menos indiferente
ante la autoridad.
El Papa Juan XXIII
Famosa es la invocación que el "Papa bueno",
Juan XXII, hizo al convocar el Concilio Vaticano II, el 25 de diciembre de
1961: "Repítase en el pueblo cristiano el espectáculo de los Apóstoles
reunidos en Jerusalén, después de la ascensión de Jesús al cielo, cuando la
Iglesia Naciente se encontró unida en comunión de pensamiento y de plegaria con
Pedro y en torno a Pedro, pastor de los corderos y de las ovejas. Dígnese el
Divino Espíritu escuchar de la forma más consoladora la plegaria que ascienda a
él desde todos los rincones de la tierra. Renueva en nuestro tiempo los
prodigios como de un nuevo Pentecostés".
El Vaticano II comenzó, en el pontificado de Juan XXIII,
colocando su confianza en la fuerza del Espíritu y concluyó sus tareas con una
solemne invocación al Espíritu de Dios, siendo Pontífice su Santidad Paulo VI.
Eran casi tres mil obispos de todas las razas, lenguas y culturas los que se
reunieron durante cuatro años para reflexionar sobre el misterio de la Iglesia,
en sí misma y ante el mundo. Como donde está la Iglesia está el Espíritu, era
normal que frecuentemente se aludiera a la acción del Paráclito. Hasta 258
menciones acerca del Espíritu Santo han encontrado los estudiosos en los trece
documentos conciliares.
Entre otros temas el concilio abordó la reflexión sobre
el obrar carismático del Espíritu de Dios. Con tal motivo se presentó en el
aula conciliar una ruidosa polémica. Sus protagonistas fueron dos cardenales:
uno italiano y otro belga. Cuando se discutía el esquema sobre la Iglesia, el
cardenal Ruffini, arzobispo de Palermo, reaccionó con viveza para decir:
"La historia y la experiencia cotidiana están en abierta contradicción con
la afirmación de que aún en nuestro tiempo hay fieles que poseen muchos dones
carismáticos".
En contra de tal afirmación habló el 23 de octubre de
1963 el cardenal José Suenens, arzobispo de Lovaina y Malinas. Su intervención
afirmaba que los carismas no eran un fenómeno accidental y periférico en la
vida de la Iglesia, sino que tenían importancia vital. Subrayaba el cardenal
Suenens cómo desde Pentecostés la Iglesia vive del Espíritu Santo, dado a todos
los fieles, pastores y laicos. La jerarquía no es solo un organismo administrativo
sino una realidad pneumática, un conjunto vivo de dones, carismas y servicios.
En efecto, "sin el ministerio de los pastores, los carismas resultarían
desordenados; pero sin los carismas, el magisterio eclesiástico resultaría
pobre y estéril".
El clamor del cardenal Suenens y el eco despertado en
muchos obispos, permitieron que la Constitución sobre la Iglesia se
enriqueciera con este párrafo : "El Espíritu Santo... distribuyéndolos a
cada uno según quiere, reparte entre los fieles gracias de todo género, incluso
especiales, con las que dispone y prepara para realizar variedad de obras y
funciones provechosas para la renovación y una más amplia edificación de la
Iglesia, según aquellas palabras: "A cada uno se le otorga la
manifestación del Espíritu para común utilidad. Estos carismas, tanto los
extraordinarios como los más sencillos y comunes, por ser muy acomodados y
útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y
consuelo. Los dones extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente, ni
esperar de ellos con presunción los frutos de los trabajos apostólicos, sino
que el juicio sobre su aplicación pertenece a los que presiden la Iglesia, a
quienes compete especialmente no apagar el Espíritu, sino probarlo todo y quedarse
con lo bueno".
En los diversos documentos conciliares se hallan
esparcidas muy bellas afirmaciones acerca de la naturaleza carismática de la
Iglesia. Recordemos sólo algunas:
"El Espíritu santo instruye y dirige la Iglesia con
diversos dones jerárquicos y carismáticos".
"El Espíritu subordina a la gracia de los apóstoles
— la cual es eminente incluso a los carismáticos".
"Como quiera que los cristianos tienen dones
diferentes deben colaborar en el evangelio cada uno según su posibilidad,
facultad, carisma y ministerio".
"Examinando si los espíritus son de Dios, descubran
(los presbíteros) con sentido de fe, reconozcan con gozo, fomenten con
diligencia, los multiformes carismas de los laicos, tanto los humildes como los
más altos".
El 8 de diciembre de 1965 concluía sus labores el
Vaticano II, paso del espíritu por la historia, Nuevo Pentecostés desencadenado
con fuerza de huracán. Trece meses más tarde empezaba en Duquesne la Renovación
Carismática Católica.
El Papa Pablo VI
"Si realmente amamos la Iglesia, lo principal que
debemos hacer es fomentar en ella una efusión del Paráclito Divino, el Espíritu
Santo".
Estas palabras de Pablo VI antecedieron tan solo en tres
meses el comienzo de la Renovación Carismática que, nacida en su Pontificado,
quiso, ya desde sus comienzos, ponerse bajo la égida del Pontífice.
La primera recepción oficial que dispensó el Papa a un
grupo de responsables fue discreta. Tuvo lugar el 10 de octubre de 1973; con
palabras alentadoras y prudentes. Un año más tarde, el 16 de octubre de 1974,
tuvo el Papa expresiones más comprometidas y positivas con respecto a
Renovación en el Espíritu. Pero fue el 19 de Mayo de 1975, cuando de modo
espléndido acogió el Papa a más de 10.000 carismáticos, a quienes en francés,
inglés, español e italiano les dijo su alegría y su esperanza, en medio de las
aclamaciones y los cánticos hosanantes, como los describía la Radio Vaticana.
No creemos traicionar en lo más mínimo el pensamiento de
Pablo VI al subrayar algunas frases suyas. El texto completo de sus
intervenciones se puede consultar con facilidad: "Estamos sumamente
interesados en lo que ustedes están haciendo. Hemos oído hablar tanto sobre lo
que sucede entre ustedes y nos regocijamos". "Haremos oración para
que sean llenos de la plenitud del Espíritu y que vivan en su alegría y
santidad". "Que además de la gracia haya carismas, que también hoy la
Iglesia de Dios puede poseer y obtener". “Quisiera Dios que aumente
todavía una lluvia de carismas para hacer fecunda, hermosa y maravillosa a la
Iglesia y capaz de imponerse incluso a la atención y el estupor del mundo
profano, del mundo laicizante". "Esta expectativa puede ser realmente
una providencia histórica en la Iglesia, de una mayor efusión de gracias
sobrenaturales, que se llaman carismas". "Para un mundo cada vez más
secularizado, no hay nada más necesario que el testimonio de esta renovación
espiritual que el Espíritu santo suscita hoy visiblemente en las regiones y
ambientes más diversos". "Esta renovación espiritual, cómo no va a
ser una suerte para la Iglesia y para el mundo, y en este caso cómo no adoptar
todos los medios para que siga siéndolo?"
"Junto con toda la Iglesia os esforzáis por la
renovación, renovación espiritual, renovación auténtica, renovación católica,
renovación en el Espíritu Santo". "Que una nueva navegación, un nuevo
movimiento verdaderamente pneumático, esto es carismático, impulse en una única
dirección y en concorde emulación a la humanidad creyente hacia las nuevas
metas de la historia cristiana".
La audiencia de mayo de 1975 había estado precedida por
la Conferencia Mundial Carismática, celebrada en los campos adyacentes a las
catacumbas de san Calixto. Allí y en la Basílica de San Pedro los peregrinos
carismáticos habían manifestado su fe, la misma que a través de numerosas
generaciones habían expresado los mártires y los pontífices, las vírgenes y los
doctores de la Iglesia que preside el orbe cristiano.
Allí se habían congregado dos cardenales, 12 obispos,
600 presbíteros y 10.000 laicos en la oración y el entusiasmo, porque como
diría el Papa: "Hoy, o se vive con devoción, con profundidad, con energía
y con gozo la propia fe, o se la pierde''.
Un oleaje de cantos y brazos extendidos se elevaba en la
Basílica de San Pedro mientras Pablo VI dirigía sus palabras y sus bendiciones
a los carismáticos congregados a su alrededor. Los flash de los fotógrafos
iluminaban el ambiente como una tempestad desencadenada de modo repentino;
entonces, el Romano Pontífice, tomando las manos del cardenal Suenens entre las
suyas le dijo al obispo belga:
"Quisiera agradecerle no en nombre propio sino
en nombre de Jesucristo, cuanto ha hecho y cuanto hace por la Renovación
Carismática en el mundo, y por lo que hará en el futuro para asegurar y
mantener su lugar en el corazón de la Iglesia dentro de las líneas de la
enseñanza dada".
En estas palabras y en la carta que le dirigiera el mismo Papa, se basó
el Cardenal Suenens para organizar la Oficina Internacional de Bruselas; en
1976 recibió el Papa a algunos responsables de esta oficina, se informó con
ellos acerca de la Renovación, de sus búsquedas comunitarias y les reiteró su
afecto y bendición.
Juan Pablo II
El Papa Juan Pablo II recibió el 11 de diciembre de 1979
en audiencia al cardenal Suenens, a monseñor Alfonso Uribe y a los miembros del
Consejo de la Oficina Internacional. Fue una audiencia prolongada con
presentación de un vídeo y varios informes. Durante ella, el Papa dijo,
"yo siempre he pertenecido a esta renovación del Espíritu Santo. Veo este
movimiento, esta actividad por todas partes. Estoy convencido de que este
movimiento es un muy importante componente de esta total renovación de la
Iglesia".
En varios documentos el Papa siguió aludiendo a la
Renovación Carismática, recibió a los Carismáticos italianos en noviembre de
1980, concedió audiencia a los participantes en el cuarto congreso
internacional de dirigentes el 7 de mayo de 1981 y les habló sobre el discernimiento
espiritual y el oficio de los presbíteros y dirigentes laicos que deberían
testimoniar su vida de oración, distribuir el pan de la verdadera doctrina y
crear lazos de confianza y colaboración de los obispos, además de su tarea en
el ecumenismo.
Aludió de nuevo a la renovación en 1982 en diálogo con
obispos franceses, en 1984 con los delegados a la quinta conferencia
internacional, en 1985 con los jóvenes reunidos en el congreso juvenil mundial,
en 1986 publicó la encíclica Señor y dador de vida sobre el Espíritu Santo,
luego a peregrinaciones italianas y francesas y en 1987 dijo a los
participantes en la sexta conferencia internacional: "a causa del
Espíritu, la Iglesia conserva una permanente vitalidad juvenil, y la renovación
carismática es una elocuente manifestación de esa vitalidad, una expresión
vigorosa de lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias "(Ap 2,7),
cuando nos acercamos al final del segundo milenio".
Los albores de la Renovación Carismática
En 1959 el Papa Juan XXIII oró para que el espíritu
Santo renovara en la Iglesia
Las maravillas de un nuevo Pentecostés.
La década del 60 fue testigo de cómo Dios respondió a la
oración del Pontífice. El Concilio Vaticano II fue un paso del Espíritu Santo
por nuestro tiempo.
Otra presencia del Divino Paráclito ha sido la
Renovación Carismática que, en pocos años, invadió el mundo católico.
¿Cuándo y dónde comenzó? La respuesta es difícil de dar.
Ocurre como cuando las burbujas cuando el agua empieza a hervir: van brotando
simultáneamente en varios lugares. Así ha ocurrido en la Iglesia, en estos
años, caldeada por el fuego del Espíritu Santo.
Por eso no es de extrañar que ya el 15 de agosto de 1960
apareciera en la revista "Time" un artículo en el que se leen estas
frases: "Soy católico romano y desde hace años el hablar en lenguas ha
sido parte integrante de mi culto a Dios".
Sin embargo ese y posiblemente muchos otros resurgires
de los carismas fueron experiencias aisladas. Ciertamente los grupos que
hicieron historia y que más influyeron en la Corriente Carismática Católica se
remontan a 1967, en tres universidades norteamericanas.
En la década de los 60 en las universidades de Nuestra
Señora, en South Venid (Indiana), y en la de Duquesne, en Pittsburg
(Pensilvania), se formaron grupos de estudiantes y profesores deseosos de vivir
ardientemente la fe: vigilias bíblicas, asambleas de canto y enseñanza, oración
espontánea, misas juveniles seguidas de ágapes para compartir, etc., eran
expresiones normales de vivencia fraternal que, sin embargo, como tantas obras
e intentos de los hombres, languidecían tras el primer entusiasmo.
Sin embargo un grupo de profesores y alumnos empezó a
surgir. Entre ellos se trabó gran amistad y los nexos que anudaron entre sí les
permitieron luego formar una base de apoyo para la Renovación.
Quizá el pionero fue Ralph Keifer, laico, casado,
profesor de teología en Notre dame en 1965, y luego residente en Pittsburg.
Cerca de él, su amigo William Storey que, tras ingresar a la Iglesia Católica,
había llegado a ser profesor de liturgia e historia eclesiástica y fundador de
la asociación Xi Rho. Estas dos letras del alfabeto griego, que son las
primeras del nombre de Cristo, suelen formar un anagrama conocidísimo, el
Crismón. El grupo Xi Rho, pretendía estudiar la Biblia, unirse en la oración y
fomentar las experiencias comunitarias a que aluden los Hechos Apostólicos
(2,42).
Sin embargo los ideales no se lograban y el grupo
buscaba nuevas metas como la de ayudar a los alcohólicos. Era una crisis de
identidad que se iba agravando desde 1964 hasta 1966.
Mientras eso sucedía, en Pittsburg algunos jóvenes
cursillistas buscaban por su cuenta cómo cumplir la voluntad de Dios.
Los Cursillos de Cristiandad son una experiencia de
conversión cristiana que en 1949 suscitó en España el obispo Juan Hervás, en
compañía del teólogo Juan Capó y del laico Eduardo Bonnin, influenciados por el
pensamiento del cardenal Suenens, del teólogo Ives Congar, y del pastoralista
Padre Georges Michonneau.
Los cursillos se iniciaron en los Estados Unidos en
1957, por obra de dos aviadores españoles, en Waco, Texas. Cuatro años después
se realizó el primer Cursillo en Inglés. La noticia de los Cursillos llegó a
los líderes cristianos de las universidades antes mencionadas, que vieron en
ellos una especie de renovación. Eran estos líderes Steve Clark, estudiante de
filosofía en la universidad de Yale, quien había pasado a la Iglesia Católica
desde el protestantismo y que, tras breves permanencias en Méjico, cursó un año
de teología en Friburgo, Alemania. Steve Clark trabajó de 1963 a 1965 en Notre
Dame.
Al lado de Steve Clark estaba Ralph Martín, alumno de
filosofía en Notre Dame (1960-64), de tendencias ateas, preparaba una tesis
sobre Nietzsche. Precisamente argumentando y atacando la fe cristiana conoció a
Clark. Asistió al segundo Cursillo de Notre Dame en 1964 y allí se convirtió a
la fe de modo tan radical que al principio nadie quería creer que fuera el
mismo que protestaba porque en su apartamento, que compartía con Felipe O'mara,
éste organizaba reuniones cristianas. Precisamente en 1965 en una de esas
reuniones se presentaron casos de glosolalia, que el líder interrumpió por no
saber comprenderla.
Ralph y Steve pasaron juntos las navidades de 1965 y en
ellas proyectaron un retiro espiritual que realizarían en 1966. Fue entonces
cuando se comprometieron a trabajar en los cursillos, como miembros de la junta
directiva nacional.
Otros amigos o alumnos de Keifer en Notre Dame, fueron
Georg Martín, quien a los 18 años había hecho un retiro ignaciano que marcó su
vida, y en Notre Dame estudiaba filosofía y escribía una tesis sobre
Kierkegaard, también la pareja de Kevin y Dorothy Ranaghan, estudiantes de
teología y amantes de la liturgia, igualmente Bert Ghezzi, presidente del grupo
Xi Rho, con inquietudes teológicas, que había invitado a Hans Kung a
Norteamérica, como conferencista, y además preparaba sus tesis en historia,
igualmente Paul DeCelles, profesor de física en la universidad; se menciona
también a Jim cavnar, Gerry Rauch, Kerry Koller, Ralph Johnson, Jim Rauner y
otros.
En diciembre de 1965 había terminado en Roma el Concilio
Vaticano II. Nada de raro tenía pues que comenzaran a cosecharse sus frutos.
Al terminar su retiro de verano, Steve Clark y Ralph
Martín fueron invitados a inaugurar y clausurar la Convención nacional de
Cursillos, en Kansas City, en agosto de 1966. Luego viajaron a Lansing ya como
miembros de las directivas nacionales. También allí se les designó dirigentes
de la parroquia estudiantil de San Juan, en la universidad del estado de
Michigan.
En el segundo semestre de 1966 los líderes cristianos,
ansiosos de una renovación que sacudiera del marasmo su apostolado, empezaron a
rezar diariamente "Veni, Sancte Spiritus", solemne oración que la
liturgia suele llamar "La Secuencia Aurea". Por otra parte Steve
Clark proponía el estudio del libro "La Cruz y el Puñal", que narra
el ministerio del pastor Wilkerson en Nueva York y la célebre historia de Nicky
Cruz. Ralph Keifer encontró otro libro, que tuvo también gran influencia.
"Hablan en otras Lenguas", de John Cerril y la obra "Compromiso
y Liderazgo" de Douglas Hyde, un comunista inglés convertido al
cristianismo.
Motivado por lo expuesto en esos libros, y queriendo
conocer en la práctica los grupos de que en ellos se hablaba y la manifestación
de los carismas, Ralph Keifer y William Storey establecieron en Pittsburg
contactos con William Lewis, pastor episcopaliano de "La situación a que usted se refiere no está dentro de mis atribuciones
creo que se necesita tener un Carisma para reconocer la existencia de otro. Se
ha sabido de casos en que el don de lengua es resultado de una posesión
diabólica. Claro que yo no estoy afirmando que este sea el caso, pues de hecho
no quiero pronunciarme en ningún sentido respecto al caso a que usted se
refiere. De todos modos hablaré con el Obispo W... sobre el particular.
Cualquier informe que usted pueda proporcionarme será bien recibido".
Dos años más tarde, el 14 de noviembre de 1969, apareció
un informe de la Comisión de Doctrina de la Conferencia Nacional de los Obispos
Católicos de los Estados Unidos. Ese informe redactado por el obispo Alexander
Zaleski, de Lansing, Michigan, fue la primera carta de reconocimiento de la
Renovación carismática en la Iglesia.
A mediados de marzo vinieron de Michigan a Pittsburg
Steve Clark y Ralph Martín y recibieron el Bautismo del Espíritu Santo. Luego,
del 7 al 9 de abril con 40 estudiantes, se presentaron a un retiro de Notre
Dame... Y de ahí en adelante comenzó la siembra y la cosecha abundante por
todos los continentes.
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