TENED CUIDADO DE VOSOTROS y de todo el rebaño.

(Hch 20, 28)

Ángel Hernández

NUESTRO TEMA
"Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño, en medio del cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo" (Hch 20, 28)
Estas palabras que Pablo dirigía a los ancianos de Éfeso, las podemos aplicar también a aquellos que tienen el ministerio del pastoreo y han de cuidar "de todo el rebaño, en medio del cual les ha puesto el Espíritu Santo".
En este versículo se esconde el verdadero significado del pastoreo. Un poquito antes (v. 18-19): Vosotros sabéis cómo me he portado desde el primer día que vine a la provincia de Asia, cómo he estado entre vosotros sirviendo siempre al Señor con toda humildad. "Vosotros sabéis" (v.18), está expresando que la relación de Pablo con la comunidad de Éfeso era de transparencia, nunca de simulación o apariencia, no se ocultaba nada, todo se hacía abiertamente, sin establecer rangos o categorías personales que crearan distancias.
"He estado entre vosotros"(v. 19)
Actitud fundamental del pastoreo es "estar entre", con vosotros no sobre vosotros, sino "en medio de'". No se ha atrincherado en el aislamiento típico de la autoridad. No ha vivido el ministerio como un «rol», con mentalidad de funcionario, sino con espíritu fraternal y humilde, haciendo de su presidencia una ocasión para ejercitar y ejercitarse en la caridad que comporta el servicio al Señor. (Enzo Bianchi. A los presbíteros). La expresión "entre vosotros" expresa dos realidades muy importantes del servicio: encarnación-cercanía y conocimiento-compromiso.

Encarnación-cercanía
En la dinámica de salvación, el misterio de la encarnación del Hijo de Dios indica que a Dios no le bastan las 'buenas palabras' sino que su Palabra se encarna (Jn 1) y así se convierte en 'Buena Noticia' para todos. La encarnación, la venida del 'Dios con nosotros' indica cercanía, proximidad, nos habla de que a Dios sí le interesa lo nuestro, y así, no se conforma con un conocimiento teórico o un informe elaborado por otros, Él ha querido compartir, degustar, saborear nuestra naturaleza. "El que es imagen de Dios invisible" (Col 1, 15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado (Cf. Hb 4, 15). (Gaudium et spes 22).
Conocimiento-compromiso
Fruto de la encamación-cercanía "está el conocerte, conocer lo que vives comprometerme con ello". El misterio de la encarnación, el “entre vosotros” nos habla de que a Dios sí le interesamos y de que para Él sí es importante lo que nos ocurre: "si para ti algo es importante, por pequeño que sea, para Dios también lo es".

En la dinámica del pastoreo; el “entre vosotros" nos ha de llevar a conocer a aquellos a quienes servimos, sus realidades, proyectos, ilusiones, dificultades, alegrías..., y comprometernos en su realidad. El pastoreo ha de estar ungido por el amor, por eso se corrompe cuando lo vivimos como simples funcionarios o asalariados. El verdadero pastoreo tiene que estar movido por el amor y ha de tender a crear y alimentar el amor. ¿Nos sentimos pastores del rebaño de Dios? ¿Cuál es nuestra motivación profunda en el servido que prestamos? ¿Conocemos bien el rebaño de Dios? ¿Nos acercamos a su realidad? Como buenos pastores, ¿nos preocupa la situación humana y espiritual de aquellos a quienes dirigimos nuestro servicio y nos comprometemos con ellos? ¿Lo hacemos de forma gratuita y desinteresada?
"Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño"(v. 28)
Todo tiene un orden y cuando hablamos del servicio-pastoreo que prestamos a los demás, no olvidemos que todo comienza por nosotros. No podemos pretender ser maestros, si antes no hemos sido discípulos y seguimos siéndolo, no podemos servir sin un cuidado previo de nosotros mismos.  Acaso puede un ciego servir de guía a otro ciego? ¿No caerán los dos en algún hoyo? El discípulo no es más que su maestro: solo cuando termine su aprendizaje llegará a ser como su maestro (Lc 6, 39-40). ¿Es posible cuidar la casa de los demás cuando la tuya propia la tienes desordenada y descuidada? Escribe un músico cristiano: "Si mi canto no hace algo en mí primero, qué me vale este deseo de cantar. Nuestra fuerza está en aquello que vivimos”: En el mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz de este año, el Papa Benedicto nos decía que los testigos auténticos, y no simples dispensadores de reglas o informaciones, son más necesarios que nunca... El testigo es el primero en vivir el camino que propone. El mundo en general y la Iglesia en particular necesita testigos, referentes, modelos, santos en los que nos podamos ver y el "pastor” en su sentido amplio es, aquella persona a la que miramos, porque una lámpara no se enciende para taparla con alguna vasija, sino que se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, “procurad que vuestra luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que hacéis, alaben todos a vuestro Padre que está en el cielo”. (Mt 5,15-16).
"Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño" (v. 28)
La palabra une las dos realidades vitales, cada uno y los demás, y establece un orden desde lo más cercano, cada uno, a los más lejanos, los demás. Uno de los peligros serios del servicio es vivirlo más o menos conscientemente como un "hacer-en-favor-de-los-demás", olvidando que Dios es quien tiene la iniciativa y lo hace a través de nuestra condición de instrumentos y u obra siempre comienza en nosotros. San Agustín nos da luz en este aspecto: “Si por una parte me aterra lo que soy para vosotros, por otra me consuela el hecho de lo que soy con vosotros. En efecto, para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano” (Sermón 340, 1). El pastoreo comienza cuando a Dios, único buen Pastor, le damos la oportunidad de ser los primeros en dejarnos pastorear.
Si en las actividades humanas llevamos control de calidad para los instrumentos que utilizamos, en las cosas de Dios deberíamos dejamos afinar por Aquel que es el dueño de la viña. Lo primero es tener conciencia clara de nuestra condición de instrumentos y saber que un instrumento es útil cuando está preparado, limpio y cuando es dócil en las manos del artesano. ¿Qué nivel de docilidad tenemos?, ¿estamos preparados, limpios, dispuestos? Nuestra preparación requiere la vida de gracia, la motivación de servir y no de mandar o sobresalir,  un corazón que sepa perdonar y pedir perdón, unas rodillas que se inclinen y unos brazos que se levanten para interceder por aquellos a quienes servimos,  una disposición para formarnos con los medios que se nos ofrecen, la alegría de encontrarnos con los hermanos que Dios nos regala...
Sentirnos instrumentos nos va a llevar cada día a pedir al Espíritu Santo que nos afine en su frecuencia: Santifica mi espíritu y alma,  renueva todo mi ser, capacítame a vivir desde la Palabra, dame tus dones y carismas para que pueda servir mejor al reino de Dios, amando, sin distinción a todos mis hermanos. Úngeme con el don de la alabanza, para que en todo y por todo, glorifique a Dios como Padre de todos, al Hijo como Señor de señores y a ti Espíritu Santo como Señor y dador de vida. Amén.
El Señor es mi pastor, nada me falta. Nada temo porque tú vas conmigo: tu vara y tu  cayado me sosiegan.
"En medio del cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios" (v. 28)
(En algunas versiones la palabra "vigilantes" se traduce por "obispos" en griego episkopos, es decir, dirigentes o supervisores. Pablo se dirige a los que el Espíritu Santo había constituido pastores vigilantes de la iglesia de Dios) 
"Pastor vigilante" es quien bajo la elección y unción del Espíritu, cuida y protege a aquellos que el Señor le encomienda.

¿Qué significa pastorear el rebaño de Dios?
El "pastor vigilante" ha de guiar y a la vez proteger. Guiar hacia Jesús, pues Jesús es "la puerta por la que deben entrar las ovejas" (Jn 10, 7.10). (Ez 34; Sal 23; Jn 10). "Guiar" es "discernir" situaciones que requieren ser iluminadas por la luz del Espíritu; 'separar" lo bueno de lo  malo; "mostrar el camino" que construye y da vida; "ponerse al frente-dando seguridad" aun a costa de caminar contracorriente de modos y actitudes sociales; "corregir" mostrando  la verdad con dulzura pero sin paños calientes que nos den satisfacción pasajera; "testimoniar" personalmente con nuestra vida aquello que queremos de los demás; "humildad y obediencia" para ser guiados por el único Pastor y para echarse a un lado cuando nuestro servicio ya no se requiere; "estar atentos" a la necesidad de cada uno, sin hacer acepción de personas o excluyendo de nuestro interés a alguno. "Cuidar y proteger" es "orar insistentemente" por aquellos a quienes pastoreamos; "pedirle a Dios entrañas de madre" para sentir nuestro todo lo que viven y sienten pedirle a Dios la autoridad de un padre" para corregir medicinalmente cuando sea necesario y dar seguridad y firmeza; "amar y enseñar a amar, pues el amor echa afuera el miedo; "dar consejo" en lo referente al alimento que se consume, a las actitudes o hábitos de vida; llenamos del poder del Espíritu" para que nuestro pastoreo no sea desde la autoridad e imposición humana o desde el iluminismo insensato, sino desde la autoridad del Espíritu Santo.

"Que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo" (v. 28)
En el pastoreo debemos pedir a Dios que nos llene de humildad para no apropiamos nada de lo que no es nuestro: Anunciar el evangelio no es para mí ningún motivo de orgullo, sino una obligación ineludible (1Co 9, 16). Pero un miembro de la tribu de Judá, que se llamaba Acán (…) tomó varias cosas de las que estaban consagradas y el Señor se encolerizó (cf. Jos 7, 1). Nosotros no hemos pagado el precio del rebaño, por ello, no hemos de agarrarnos posesivamente a aquello que no nos pertenece.
Cristo es el modelo, fijémonos en Él.
"El Señor es mi pastor; nada me falta" (Salmo 23, 1)

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