LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO. 4.- BONDAD

BONDAD: BUSCANDO SIEMPRE EL BIEN DE LOS DEMÁS

Ceferino SANTOS, S.J.

CUANDO traducimos la petición de san Pablo en 2 Ts 1,11 de que Dios «lleve a término con su poder todo vuestro deseo .de hacer el bien», la Biblia de Jerusalén utiliza una circunlocución (vuestro deseo de hacer el bien) por la única palabra del texto griego: «agazosyne» = bondad, que, como fruto del Espíritu Santo, equivale a esa disposición  sobrenatural que inclina a desear toda clase de bien a los demás. Dios, que es el único plenamente bueno (Mt 19,17), nos comunica su bondad generosa al darnos su Espíritu Santo. De la-bondad divina nace, crece y  madura la bondad cristiana, participación creada de la bondad increada de Dios. La bondad sería, pues, esa buena disposición sobrenatural de la voluntad hacia los demás, deseando y  procurando su bien.
Siguiendo este sentido definitorio de bondad, la Biblia de Jerusalén traduce adecuadamente en Rm. 15,14: «también vosotros estáis llenos de buenas disposiciones» (texto griego: «llenos de bondad»). El fruto de la bondad exige cierta madurez y plenitud para poder llamarse fruto del Espíritu  (Gal 5,22).

La bondad, fruto del Espíritu, puede adoptar múltiples formas:

1º. LA BONDAD COMO GENEROSIDAD. 

El bondadoso se goza con la comunicación dadivosa de los dones de Dios en los demás, sin la envidia, que es el pecado del pobre, privado de lo que los otros gozan y poseen, y sin los celos, el pecado del que posee y no quiere tener rival ni competidor. La bondad-benevolencia lleva a la realización de acciones benéficas, sin buscar agradecimiento o dependencia por parte del favorecido y queriendo imitar a Dios, que da y se da con generosidad y sabe pagar y devolver siete veces más (Si/Eclo 35, 9-10).

Recuerdo el caso de un sacerdote pobre, sin asignación económica alguna en los años de la Segunda República Española, que entregaba su escasa comida a una viuda pobre y con hijos jóvenes, y que un día de lluvia entregó sus zapatos a un mendigo descalzo; que, cuando en 1936, en plena Guerra civil española, iba a ser fusilado, Dios permitió que en el pelotón de milicianos que iban a ejecutarlo estuviesen el mendigo que recibió los zapatos del sacerdote y un hijo de la viuda, que el sacerdote alimentó. «A ese hombre no se le puede fusilar —dijeron— porque es de los pobres y de los nuestros», y así le mandaron libre a su casa rectoral. La bondad generosidad también se puede ejercitar desde la pobreza, como lo hizo la viuda del evangelio,  que no tenía más que dos reales, y dio todo lo que poseía (Lc 21,3).

2º. LA BONDAD COMO SIMPLICIDAD Y SENCILLEZ. 

Es necesario conocer el bien verdadero para deseárselo a los demás y comunicárselo, sin transmitir bondades falsificadas, que no vienen de Dios. Para que crezca la bondad del Espíritu en nosotros no basta sólo el amor de Dios. Hace falta una luz divina, que nos haga ver a los demás y a las cosas desde la verdad y la simplicidad de Dios, porque entre los frutos de la luz están la bondad, la verdad  y la justicia (Ef 5,9). La bondad no es orgullosa. El orgullo aprecia sólo los bienes propios, desprecia a los demás y se convierte en oscuridad y mentira.

La bondad hace el bien con sencillez, sin jactarse de los servicios prestados, sin buscar la aprobación de los hombres, sino sólo la de Dios: «Al dar limosna que tu mano izquierda no sepa lo que hizo tu mano derecha» (Mt 6,3). El Espíritu Santo es el que hace sencillo, humilde,  agradable y sin complicaciones el ejercicio de la bondad y de la entrega a los demás. Una bondad tal es fruto dulce y sabroso del Espíritu de Dios en nosotros.

La bondad de la sencillez no conoce la envidia ni el rencor ante los bienes de los demás, sino el gozo inmenso de Dios al ver que las criaturas se enriquecen con los dones, los carismas, las virtudes y bendiciones divinas, superiores a las de uno mismo.

3º. BONDAD COMO COMUNIÓN 

La bondad restaura las relaciones fraternas entre los hombres, rotas por el pecado y la división. El Espíritu de bondad es también Espíritu de unidad, que fomenta la comunicación de los bienes espirituales y materiales en comunidad de fe y de amor: «Habiendo participado los que eran gentiles de los bienes espirituales de los creyentes (de Jerusalén), ellos a su vez deben ayudarles con sus bienes materiales» (Rm 15,27).
La bondad, como fruto del Espíritu, no se ciñe a la participación de los bienes sobrenaturales; alcanza más allá de la justicia conmutativa hasta la solidaridad fraterna en el campo de la acción social y en el uso de los bienes materiales.

4º. LA BONDAD COMO EDIFICACIÓN. 

San Pablo pedía a los Gálatas que «no se cansasen de obrar el bien, porque a su tiempo nos vendrá la cosecha, si no desfallecemos... y si hacemos el bien a todos» (Gal 6,910). La bondad que no desfallece produce abundante cosecha de crecimiento eclesial. «En definitiva, es nuestra familiaridad con Dios Ia que nos hace bondadosos e idóneos para la edificación de los otros. Y éste es uno de los frutos más preciosos del Espíritu Santo» (J. Janssens, I Fruid dello Spirito, p. 149).

La bondad de Cristo con Zaqueo ganó al que estaba perdido (Lc. 19,10) para la beneficencia y la generosidad comunitaria; así Zaqueo llegó a repartir la mitad de sus bienes  con los pobres (Lc 19.8). Jesús, ungido con el Espíritu Santo y con poder, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo (Hch 10,38). Su Bondad nos alcanzó a todos. La bondad del Espíritu en nosotros ha de llegar también a todos: a los disminuidos y a los moribundos, a los presos y a los ancianos, a los niños y a los parados, a los pecadores y a los emigrantes, y a todo tipo de enfermos y necesitados de la sociedad.

Y esta bondad, que viene del Espíritu de Dios, no se encierra sólo en piadosos y compasivos sentimientos, sino que alcanza también todas las realizaciones ungidas que vencen el mal con el bien (Rm 12,21) en medio de un mundo tan falto de bondad.

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