LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO. 4.- PACIENCIA

PACIENCIA SABER QUE DIOS NO SE RETRASA 

Pilar DEL BARRIO

NO es nuestra época propicia a la paciencia. Más bien es la nuestra una generación ávida de goces inmediatos, esperamos respuestas rápidas a nuestros deseos, y frecuentemente en la vida espiritual manifestamos esta misma prisa, de tal manera que llegamos a quejarnos cuando el Señor no nos da aquello que pedimos en el momento. Y en esta realidad se nos invita a acoger como fruto del Espíritu precisamente la paciencia. ¿Pero, qué es?

La paciencia es una virtud sobrenatural que nos  permite soportar con ecuanimidad, por amor a Dios y en unión de nuestro Señor, los sufrimientos físicos y morales.

Hace años, recién llegada a Lanzarote, me invitaron a dar un paseo por la isla y dos imágenes se me grabaron en el alma de una manera especial. La primera fue la imagen de la tierra misma: auténticos chorros de lava, tierra requemada, cuya apariencia me resultó como una «bofetada de esterilidad».
La segunda imagen fue la de una planta con flores bellísimas cuidada de la forma habitual en esa tierra: enterrada en un hoyo, protegida del viento por un pequeño parapeto de piedra, y tapadas sus raíces por una capa de arena volcánica que tiene la propiedad de evitar la evaporación.  Y junto a estas dos imágenes una palabra del Señor: «Si eres capaz de no escandalizarte de la apariencia estéril de esta tierra, verás nacer la vida porque la vida está ahí».

Pasado el tiempo, pude contemplar con asombro cómo aquella tierra, aparentemente estéril, se llenaba de verdor y daba frutos abundantes. Esa experiencia me marcó profundamente y, quizás por eso, no puedo resistirme a la tentación de evocarla al hablar de la paciencia. Me da pie para ello la palabra de Santiago: «Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la Venida del Señor. Mirad; el labrador espera el fruto precioso de la tierra  aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías» (St 5,7).

Cuando llega la hora del sufrimiento físico nos cuesta creer «que la vida está ahí», porque el dolor es aparentemente estéril. Solamente el Espíritu nos puede revelar a Jesucristo que vive en nosotros su pasión, configurándonos con Él y  su misión redentora a través de la cruz.

    Más aún, quizás, cuando el sufrimiento es moral. Tantas veces la visión de nuestra propia realidad de pecadores nos escandaliza, quisiéramos ocultarla y ocultárnosla, luchar contra ella, cambiarla... y es entonces cuando el Espíritu quiere darnos a en-tender que «el Señor no se retrasa en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión» (II Pedro 3.9). Tiene su ritmo, el adecuado a la realidad de cada uno de sus hijos. Espera, no se escandaliza de nosotros porque Él sí sabe que la vida, su misma vida, está plantada por sus propias manos en nosotros. Tenemos prisa, queremos cambiar ya, en un abrir y cerrar de ojos, y sin embargo el Señor «como el labrador espera el fruto precioso de la tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías».

Entretanto, la semilla de la vida está ahí, aún cuando aparentemente no ocurre nada, el curso de la vida de Dios en nosotros sigue avanzando. Necesitamos de la paciencia que nos da el Espíritu para vivir estos tiempos de espera, tan importantes. Olvidamos con facilidad que el mismo Jesucristo vive como semilla enterrada durante treinta años, sin que aparentemente, ocurra nada especial, pero «Entretanto el niño iba creciendo y fortaleciéndose, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en  Él»; que Pablo, del que todos conocemos su conversión camino de Damasco,  esperó catorce años hasta comenzar su misión. Hay largos tiempos en la vida espiritual, en los que aparentemente no ocurre nada especial, o no encontramos respuestas, parece ocultarse la luz que en otros momentos hemos visto. Es en estos momentos en los que la paciencia, fruto del Espíritu, nos permite «resistir»; seguir creyendo que la vida de Dios en nosotros continúa desarrollándose, aún tras la apariencia de oscuridad,  de desierto. Y a su hora, en el tiempo oportuno, cuando las lluvias tempranas y tardías han regado nuestra vida, el milagro se produce, y se convierte el desierto en vergel. «Si eres capaz de no escandalizarte de la apariencia estéril de esta tierra verás nacer la vida porque la vida está ahí»Así, sintiéndonos fruto de este paciente amor de Dios, podremos  «vivir con toda humildad, mansedumbre y  paciencia, soportándonos unos a otros por amor» (Ef. 4,2), no nos ocurra como al siervo sin entrañas de la parábola, que, imploró la paciencia de su rey y, perdonada la deuda que con éste tenía, no supo hacer lo mismo con su compañero (Cfr. Mt. 18,23-35).

Necesitamos, en fin, «paciencia en los sufrimientos para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido», cuando llega la tribulación, cuando  «todo va mal», cuando experimentamos que el Reino de Dios está aquí ya, pero todavía no, cuando se levanta la tempestad tenemos miedo de zozobrar, cuando llega la persecución por el nombre del Señor... El Espíritu que habita en nosotros quiere en esos momentos concedernos que podamos, como Pablo, «gloriamos en la tribulación, sabiendo que la tribulación engendra paciencia, la paciencia virtud probada,  la virtud probada esperanza, y  la esperanza no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm. 5,3-5).,


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