LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO. 5.- BENIGNIDAD

BENIGNIDAD SENTIR LA DULZURA DEL ESPÍRITU

Ceferino SANTOS

El cristiano maduro no es ser aislado que vive sumergido en Dios. Vive en comunidad de fe y en unión de Cuerpo Místico de Cristo con los demás miembros eclesiales y en medio de un mundo, con frecuencia, hostil. El Espíritu Santo, alma de la Iglesia., quiere ordenar, mejorar y santificar nuestras relaciones con los demás y, desde el don de piedad, hace madurar sus dulces frutos de benignidad y de bondad (Jrestótes y agazosyne, en griego), que transforman nuestras relaciones humanas en bendiciones divinas.

I. LA BENIGNIDAD CRISTIANA. 

No siempre resulta fácil distinguir benignidad y bondad en el Nuevo Testamento. De las siete veces que habla San Pablo en sus cartas de benignidad (= jrestótes) (Rm 3,12; 11,22; 2 Co 6,6; Gal 5,22; Ef 2,7; Col 3,12; Tt 3,4) en el texto griego, la Biblia de Jerusalén en su versión española traduce «benignidad» por «bondad» en cuatro ocasiones; utiliza en Rm 3.12 «bien» por benignidad, y sólo en Gálatas 5,22, al concurrir los dos términos de bondad y benignidad en el fruto del Espíritu Santo, interpreta este último como afabilidad. Hemos de reconocer que algunas traducciones fomentan el confusionismo de los términos adjudicados a dos frutos diferenciados del Espíritu.

La benignidad del Espíritu implica una dulce participación en el creyente de la suavidad de Dios, encarnada en Cristo. Añade la inclinación sobrenatural de engendrar bien las buenas obras. (Benignidad podría ser una forma sincopada de «bene gignit»: engendra bien lo bueno). Y, según otra etimología, benignidad exigiría el calor cordial, acogedor y confortante y el fuego benéfico del Espíritu que se comunica a los demás (benignitas = benéfica igneidad).

    La benignidad es, pues, la interna dulzura del Espíritu, que difunde hacia afuera sus bienes (S. Tomás, Ad Titum, I, 88) y se goza en hacer bien al prójimo con amabilidad en las palabras, con suavidad en la convivencia y en el trato y con servicialidad comunicativa en el  actuar). Uno puede ser benéfico y bondadoso, pero, a la vez, serio, adusto y  lejano, sin la dulzura suave de la benignidad, que no sólo da y se da, sino que se entrega cordial y afablemente. La benignidad muestra una delicadeza casi infinita y sobrenatural con las almas imperfectas y heridas para que se sanen, con los desequilibrados para que se serenen, con los pecadores para que se abran a la misericordia y a la salvación de Dios. El creyente, en el que fructifica la benignidad, se convierte en una gracia para el prójimo, en acogida gozosa suya y de sus problemas, en apertura desinteresada y  atractiva para los niños y  los pobres y en suave manifestación de la salvación de Dios para todos (Tt 3,4) y de la comunión de todos en el Espíritu (2 Co 13,13).

II. LA BENIGNIDAD ES CRISTO. 

«Cuando apareció la benignidad de Dios, nuestro Salvador, y su amor por los hombres, El nos salvó...» (Tt 3,4). Cristo mismo, el ungido de Dios, es la benignidad del Altísimo, que se comunica a los hombres para transformarlos y salvarlos, sin límites por su parte.

  Así, Cristo muestra su benignidad:

a) a sus primeros discípulos para atraerlos a Sí (Jn 1,37-39);
b) a la samaritana para convertirla (Jn 4,10); c) a Nicodemo, para hacerle nacer de nuevo (Jn 3,10);
d) al centurión, curando a su criado y ganándole para la fe (Jn 4,49-50);
e) al mendigo ciego (Lc 18,35.43), al que da la vista y atrae a la fe;
f) a los pecadores a los que acoge y da vida (Lc 15,1-2);
g) a los niños, a los que abraza y bendice (Mc 10,13-16);
h) al buen ladrón, al que de la cruz lo lleva al paraíso (Lc 23,42);
i) a la adúltera (Jn 8,10-11), a la que libra de la ejecución capital y de sus pecados;
 j) a la viuda de Naín (Lc 7,13), a la que consuela y devuelve con vida a su hijo único muerto; y, finalmente, 
k) Cristo también manifiesta su benignidad al paralítico que cura para que no recaiga en su pecado (Jn 5,6-14).

Jesús es la benignidad del Padre, hecha carne, y su Espíritu produce frutos de benignidad en aquellos que, configurados a Cristo, viven unidos a El como los sarmientos a la vid (Jn 15,5). Y no pasará mucho tiempo sin que estos frutos de la benignidad maduren en los que obedecen al Espíritu.

III. MANIFESTACIONES DE LA BENIGNIDAD CRISTIANA. 


  • 1.ª La afabilidad es una clara manifestación externa de la benignidad del corazón. La afabilidad alcanza las palabras dulces y acogedoras con los demás y se extiende a los gestos amables, sin permitirse pensar ni hablar mal de los otros. La afabilidad es una parte tan importante de la benignidad que algunas traducciones de la Biblia al español eligen como del Espíritu la afabilidad. Ésta lleva a hablar bien de los demás, a descubrir los dones de Dios en los otros, a evitar los enfrentamientos: «que no injurien a nadie, que no sean pendencieros sino afables, mostrando una perfecta mansedumbre con todos los hombres» (Tt 3,2).
  • 2.ª La benignidad abarca también la amistad en el Espíritu. Esta amistad construye la comunidad cristiana desde la veracidad y la sincera estima de los otros. La benignidad reconstruye las relaciones humanas deterioradas y busca el bien integral del prójimo, con dulzura sin debilidades ni concesiones indebidas, ayudándole a crecer en el Espíritu: «que cada uno trate de complacer al prójimo para el bien buscando su edificación» (Rm 15,2).
  •   3.ª Dentro de las manifestaciones de la benignidad cristiana está la  acogida u hospitalidad, que nos abre a los hombres como a hijos de Dios, porque el mismo Dios es acogida para nosotros: «Acogeos, mutuamente como os acogió Cristo para gloria de Dios» (Rm 15,7). Con la ayuda de los dones de consejo y de fortaleza, acertaremos a acoger a los amigos de Dios, aunque lleguen a nosotros a la hora inoportuna de la noche y del descanso (Lc 11,5-8). El don de la benignidad nos lleva también a compartir las necesidades de los santos (Rm 12,13), dando el amable gozoso testimonio de la benevolencia de Dios, que nos hace buenos, no sólo delante de sus ojos, sino, sobre todo, para con los demás.


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