LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO. 9.-MODESTIA

MODESTIA, EL CORAJE DE LOS HUMILDES

J. C. BURGOS - C. MALO


1. LA MODESTIA COMO CORAJE

SEGÚN una definición ya versada en años, la modestia sería un virtud que nace de la templanza y que inclina a la humildad.

La modestia, tal como se encuentra realizada en el alma entregada a la acción del Espíritu Santo y, de manera especial, a los dones de la ciencia y de consejo, es una disposición que tiende a mantener el alma en la justa medida librándola de caer en excesos contrarios. Es pues, como la virtud de las demás virtudes.

La modestia, en cuanto virtud, es una actitud, una forma de vida; no sólo un acto pasajero y acabado por mucho valor que éste tenga, sino un vivir la vida con moderación y reverencia ante la Santidad de Dios.

No es pues, la modestia, algo para los pusilánimes, para los decaídos, para los que no tienen esperanza,  para los que no saben cómo vivir o tienen miedo a los hombres. ¡NO!
La modestia es coraje, es fuerza,  es valor, ganas de vivir en verdad; y esto no porque nosotros seamos fuertes, estemos sin pecado, seamos perfectos; sino porque es un don del Espíritu Santo: ya que «el Espíritu Santo que habita en nuestros corazones» nos hace vivir una vida nueva que confunde al mundo y que es fuerza de Dios y no fuerza humana.


2. LA MODESTIA COMO HUMILDAD

Efectivamente, la fuerza de Dios se muestra en la debilidad; ser consecuentes y admitir nuestra debilidad es vivir en humildad pues ya sabemos: «La humildad es vivir en verdad».
Ser modesto no es no hablar de Cristo por prudencia; sino hablar de Cristo como podamos y sepamos.

Ser modesto no es no hacer las obras en nombre de Jesús por el temor al qué dirán; sino vivir como vivió.

El, pobre y humilde pero ungido por el Espíritu.

Ser modesto no es no amar, no esperar, no confiar por miedo y desde sí seré querido, amado y  comprendido; sino amar como Dios amó, porque ser humilde es vivir en Dios.

La misma modestia nos invita no sólo a la humildad, sino también al deseo de conocer, saber y estudiar como servicio a los demás: la estudiosidad es virtud; la curiosidad y la pereza, defecto.
La modestia también nos corrige en lo referente a  otros excesos. Nos ayuda a guardar la correcta educación en los gestos y movimientos del cuerpo,  a vivir con sencillez el cuidado del mismo y del vestir. Modera el impulso  en los juegos y diversiones ayudando a recrearnos en ellos como mera distracción pero sin dejarse  atrapar o esclavizar.

3. LA MODESTIA COMO ACCIÓN DE DIOS EN LA PERSONA

Deja que Dios entre en tu vida, déjate querer por Dios, deja que Él se transforme, te cambie, te guíe, te forme. Eso sí es humildad. Pero para ello has de tener coraje, coraje para dejarte descomponer, deshacer, diluir en las manos de Dios.

Quizás ahora comprendas por qué la modestia es templanza, es coraje que inclina a la humildad, que lleva a la verdad, a reconocer lo que eres y a dejarte romper por Dios, para que Él te haga hijo suyo y ser así Eucaristía para los demás.

Entonces,  la modestia madura, sin arrogancias ni ñoñeces, será conocida por todos (Flp 4,5) como obra del Espíritu Santo en tu vida.

4. LA MODESTIA FRUTO DEL ESPÍRITU 

   La traducción latina de la Vulgata desdobla en dos  la palabra griega: Praytes (Gal 5,23), que significa primariamente mansedumbre, y,  con una acepción secundaria, modestia, y  así aparecen dos frutos diferenciados del Espíritu Santo en las almas.

   El mismo san Pablo había descubierto en la vida de Cristo este doble y maravilloso fruto: «Yo, Pablo, os lo suplico por la mansedumbre (praytes) y por la modestia (epieikeía) de Cristo» (2 Co 10,1). En la vida de los creyentes pide san Pablo la modestia y la mansedumbre como frutos maduros y complementarios de la acción del Espíritu en las almas: «...no seáis discutidores, sino modestos, mostrando una perfecta mansedumbre con todos los hombres» (Tt 3,2). Sólo de Dios nacen estos frutos.

Santo Espíritu: concédenos la modestia, llena de mansedumbre, como fruto de tu acción en nosotros.

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