PENTECOSTÉS. HOMBRES CON LENGUAS DE FUEGO.
PENTECOSTÉS. HOMBRES CON LENGUAS DE FUEGO.
Extraído del libro
"Imágenes de la
Esperanza " de Josph Rarzinger, Ediciones Encuentro,
Madrid 1998 Publicado en Nuevo Pentecostés Nº 56, mayo- junio de 1998
Objetivos
Conocer más al Espíritu Santo y su actuación en nuestras
vidas y en la Iglesia
• El Espíritu
Santo se da a cada uno personalmente y es constructor de unidad.
• El fuego del
Espíritu es quien hace posible la unidad, pero el fuego quema.
• La
conversión es morir a uno mismo para llegar al nosotros, que es la Iglesia.
"Los cristianos eran hombres como todos los demás y,
sin embargo, distintos de ellos pues a lo naturaleza humana se le había añadido
una lengua de fuego" (San Juan
Crisóstomo).
La Iglesia
es la imagen del Espíritu Santo.
EN LA
TRADICIÓN artística de Oriente, la Iglesia del comienzo, la Iglesia del día de
Pentecostés, es el icono del Espíritu Santo. El Espíritu Santo se hace visible
y representable en la
Iglesia. Si Cristo es el icono del Padre, la imagen de Dios y
a la vez la imagen del hombre, la
Iglesia es la imagen del Espíritu Santo.
La unidad del Espíritu no es uniformidad
Si hablamos de la
Iglesia como icono del Espíritu Santo, y de éste como
Espíritu de la unidad, no podemos pasar por alto, un rasgo llamativo de la
historia de Pentecostés. En ella se dice que las lenguas de fuego se dividían,
y que sobre cada uno de ellos descendió una (Hch 2,3).
El Espíritu Santo se le da a cada uno personalmente y a su
manera. Cristo ha asumido la naturaleza humana, lo que nos une a todos y desde
ella nos une.
El Espíritu Santo, sin embargo, se le da a cada uno como
persona; a través de Él, Cristo se convierte para cada uno de nosotros en la
respuesta personal.
La unión de los hombres, tal y como la debe realizar la Iglesia , no se produce
mediante la extinción de la persona, sino mediante su perfección, que supone su
apertura infinita. Por eso, por un lado, el principio de la catolicidad
pertenece a la constitución de la
Iglesia : nadie actúa puramente desde su propia voluntad y su
propia genialidad; todo el mundo debe actuar, pensar y hablar desde lo común
del nuevo "nosotros" de la
Iglesia , que es intercambiable con el "nosotros"
del Dios trinitario.
Pero precisamente por eso se puede decir, también, que nadie
actúa sólo como representante de un grupo y de un sistema colectivo, sino que
cada uno tiene la responsabilidad personal de la conciencia abierta y
purificada en la fe. La eliminación de la arbitrariedad y el egoísmo se debería
alcanzar en la Iglesia ,
no mediante el reparto proporcional por grupos y la coacción de la mayoría,
sino mediante la conciencia formada por la fe; conciencia que no sale de lo
propio, sino de lo recibido de forma común en la fe ...
Al hablar y actuar cristianamente nunca ha de hacerse siendo
sólo yo mismo. Ser cristiano significa asumir en uno mismo a toda la Iglesia , o más bien
dejarse asumir desde dentro de ella. Cuando hablo, pienso, actúo como
cristiano, lo hago siempre en la totalidad y desde la totalidad: así el
Espíritu llega a la palabra, y así los hombres llegan unos a otros. Pero sólo
llegan exteriormente cuando antes lo han hecho interiormente: si interiormente
me he hecho amplio, abierto y grande; cuando he asumido a los demás en mí
mediante mi fe y mi amor compartidos, de manera que ya nunca estoy solo, sino
que todo mi ser está marcado por ese compartir.
Este hablar de lo oído, de lo recibido, y no a título
personal, puede, a primera vista, entorpecer la genialidad del individuo. La
entorpece, ciertamente, cuando la genialidad es sólo una exageración de la
persona, que intenta crecerse haciéndose una especie de divinidad. Sin embargo
no entorpece el conocimiento de la verdad y el progreso; mediante esa actividad
suya, el Espíritu Santo guía hasta la verdad completa.
No recibimos nuevo conocimiento cuando el yo se aísla; la
verdad sólo se manifiesta en la reflexión conjunta de lo que se ha conocido
antes de nosotros.
La grandeza de un hombre depende de lo grande que sea su
capacidad de participar; sólo haciéndose pequeño, tomando parte en la
totalidad, se hace grande.
La conversión a Cristo
Pablo ha expresado esto con una fórmula maravillosa cuando
describe su conversión y su bautismo con estas palabras: "vivo yo, mas no
soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,20). Ser cristiano es
en esencia conversión, y la conversión en sentido cristiano no es la
modificación de ciertas ideas, sino un proceso de muerte. Las fronteras del yo
quedan rotas; el yo se pierde a sí mismo para encontrarse de nuevo en un sujeto
mayor que abarca cielo y tierra, pasado, presente y futuro, y en él toca la
verdad misma....
Podríamos decir que esta alternativa es el Espíritu Santo.
Él es la fuerza de la apertura y de la fusión en ese nuevo sujeto, al que
llamamos cuerpo de Cristo o Iglesia.
El fuego del Espíritu.
En este punto se muestra también, ciertamente, que el llegar
unos a otros no es un proceso gratuito. Sin espíritu de conversión, sin dejarse
romper a la manera del grano de trigo, es imposible. El Espíritu Santo es
fuego; quien no quiera ser quemado, que no se acerque a él. Pero entonces
también debe saber que se hundirá en el aislamiento mortal del yo cerrado, y
que toda comunión que se intenta al margen del fuego sigue siendo, en última
instancia, sólo pasatiempo y apariencia vacía. "Quien está cerca de mí
está cerca del fuego", dice una palabra extrabíblica de Jesús transmitida
por Orígenes. Hace referencia, de manera inimitable, a la relación entre
Cristo, el Espíritu Santo y la
Iglesia.
Una palabra de san Juan Crisóstomo va en la misma dirección.
Se asocia con el relato de los Hechos de los Apóstoles donde se cuenta cómo
Pablo y Bernabé curaron en Listra a un paralítico. La agitada multitud vio en
los dos hombres extraños que disponían de tal poder, una visita de los dioses
Zeus y Hermes; hicieron venir a los sacerdotes y pretendían ofrecerles en
sacrificio un toro. Los dos apóstoles, escandalizados, gritan a la multitud:
somos hombres de la misma condición que vosotros, hemos venido a traeros el
Evangelio (Hch 14,818).
Crisóstomo comenta: ''Cierto, eran hombres como los demás y,
sin embargo, distintos de ellos, pues a la naturaleza humana se le había
añadido una lengua de fuego".
Esto es lo que constituye al cristiano: que a su existencia
humana se le agrega una lengua de fuego. Así surge la Iglesia. Se le da a
cada uno, de forma totalmente personal; y cada uno es cristiano, como persona
concreta, de una manera única e irrepetible.
Desde Pentecostés cada hombre tiene su espíritu, su lengua
de fuego, hasta el punto de que, en el saludo litúrgico, nos referimos a este
espíritu del otro: "y con tu espíritu". El Espíritu Santo se ha
convertido en su espíritu, en su lengua de fuego. Pero gracias a que él
Espíritu es uno, podemos nosotros, a través de . él, dirigirnos la palabra unos
a otros, construir juntos la única Iglesia
A la condición humana se le ha añadido una lengua de fuego
... Ahora debemos corregir esta expresión. El fuego no es nunca algo que
simplemente llegue hasta lo otro y después permanezca junto a él. El fuego
quema y transforma. La fe es una lengua de fuego que nos quema y nos refunde
para que pueda decirse cada vez más: yo, mas ya no soy yo.
Miedo a quemarnos.
Ciertamente, quien se encuentra al cristiano medio de hoy
debe de preguntarse: ¿Dónde ha quedado la lengua de fuego? Desgraciadamente, lo
que procede de las lenguas cristianas a menudo es cualquier cosa menos fuego.
Sabe más bien como agua rancia escasamente tibia, ni caliente ni fría.
No queremos quemarnos a nosotros mismos ni a los demás, pero
de esta manera nos mantenemos a distancia del Espíritu Santo, y la fe cristiana
se reduce a una cosmovisión casera, que, en la medida de lo posible, no quiere
vulnerar ninguna de nuestras comodidades y se guarda el rigor de la protesta
para allí donde apenas nos puede perturbar en nuestras hábitos de vida.
Cuando rehuimos el fuego ardiente del Espíritu Santo, ser
cristiano se vuelve cómodo sólo a primera vista. La comodidad del individuo es
la incomodidad del conjunto. Donde nosotros ya no nos exponemos al fuego de
Dios, los roces mutuos se vuelven insoportables, y la Iglesia , como lo expresaba Basilio, queda
desgarrada por gritos partidistas.
Conclusión.
Sólo cuando no tememos a la lengua de fuego ni al ímpetu que
trae consigo, se convierte la
Iglesia en icono del Espíritu Santo. Y sólo entonces abre
ella el mundo a la luz de Dios.
PREGUNTAS PARA COMPARTIR
• ¿Cómo me ha
parecido la forma de hablar de nuestro Papa actual del Espíritu?
• El Espíritu
Santo nos da a cada uno una "lengua" distinta. ¿Estoy contento y
agradecido de la mía? ¿ o me gusta más
la de mi vecino?
• ¿Creo que
para construir la unidad en el Espíritu debo morir a mi mismo, o esto me parece
un tanto exagerado?
• ¿Qué
experiencias tengo de llegar a algo mayor aportando lo que tengo y acogiendo
las aportaciones de mis hermanos en la fe?
• ¿Qué
compromiso de conversión me sugiere esta enseñanza? Por ejemplo:
Colaborar
aportando mi opinión, aceptando que pueda ser rechazada.
Agradecer al
Espíritu lo que me ha dado en concreto a mí.
Otros……….

Hechos de los Apóstoles"
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